Lo que conocemos por ciencia es una disciplina, o un conjunto de disciplinas, con las que intentamos descubrir la realidad de las cosas. Queremos saber lo que las cosas son para poder controlarlas. El hombre de hoy lo entiende perfectamente pues conoce lo que es la ciencia y su herramienta, la investigación. La ciencia nos ofrece certidumbre pues edifica sus conclusiones sobre bases sólidas y nos ofrece conclusiones fuera de toda duda. La filosofía especula,la ciencia demuestra. Pero ¿es eso cierto y como hemos llegado hasta aquí?
Como casi siempre, todo empezó con los griegos. En el siglo VII AC aparece un grupo de individuos que ante la contemplación de la naturaleza se preguntaron ¿que es todo esto? Ya no aceptaban el animismo imperante hasta entones, no llovía porque hubiese un dios de la lluvia, las epidemias no eran una maldición que enviaba otro dios a los hombres, no había explicaciones mágicas para los temblores de tierra o para las erupciones volcánicas. Estos hombres querían saber la verdad, amaban el saber (filosofía) , eran los filósofos. En realidad fueron los primeros científicos. Pero no disponían de grandes medios para buscar explicaciones a lo que veían. Solo disponían de la observación y de la razón (la lógica si se quiere).
En este ambiente, en la ciudad de Mileto, uno de los Siete Sabios de Grecia (que como todo el mundo sabe fueron veinticuatro), Tales, nos ofrece el primer hallazgo científico de la historia: la vida es el agua porque cuando un ser muere, se seca. Pura observación, que lleva a una conclusión que todavía es válida en nuestro tiempo. La ciencia de hoy acepta que sin agua no puede haber vida. Los filósofos posteriores a Tales tuvieron muchos problemas en encontrar la verdadera explicación de la naturaleza y cayeron en la especulación. Ante tantas dificultades los Sofistas no dudaron en decir que la verdad no existía y de existir nunca podríamos conocerla. En el siglo V AC Sócrates se consideró el hombre más sabio de Grecia porque era el único que sabía que no sabía nada. Tanta modestia fue tomada por orgullo por sus conciudadanos y le condenaron a muerte. Platón, discípulo de Sócrates, también fue consciente de lo poco fiable que eran los datos obtenidos por la simple observación y en su conocido Mito de la Caverna define nuestros conocimientos como algo borroso y no encuentra más salida que crear un mundo de ideas, que no hay que molestarse en demostrar.. Aristóteles tampoco consigue avanzar en este campo. Es consciente de la necesidad que tienen los hombres de saber, que todos los hombres tienden por naturaleza a saber. Pero todo lo que podemos saber por observación, por nuestros sentidos, es insuficiente, un saber ínfimo. No le queda más remedio que adentrarse en el saber por excelencia, lo que él llamó filosofía primera, lo que está más allá del mundo físico, la metafísica. Hasta aquí llegaron en su búsqueda de explicación de la naturaleza, del ¿que es todo esto?, los primeros amantes del saber.
Después de Aristóteles la filosofía griega,el amor a la sabiduría, entra en un periodo de decadencia. Algunos de las escuelas que le sucedieron recibieron denominaciones como los escépticos (que también dudaron de la posibilidad de conocer la verdad) y los eclécticos a los que todo daba un poco igual. Con eso está dicho todo.
La aparición del cristianismo trae una idea nueva a la existencia del hombre, La primera frase del Génesis, “al principio Dios creo los cielos y la tierra”supone, según Julián Marías, el arranque de la filosofía moderna. La historia de la creación del mundo, detalladamente explicada en la Biblia, da respuesta en gran medida al “¿que es todo esto?” de los primeros científicos filósofos. Claro que las Sagradas Escrituras cristianas no son documentos científicos. No demuestran nada. El truco es la fe. Hay que creer lo que dice la Biblia porque es verdad revelada. Si se tiene fe todo se explica. Pero eso no es ciencia. Permite ir tirando mientras no se tenga algo mejor, pero no es ciencia.
A pesar de todo la “ciencia” se va abriendo paso lentamente. Individuos bien dotados intelectualmente y con esa curiosidad que Platón llamó asombro, combinando sus dotes de observación con una herramienta desarrollada desde antiguo, las matemáticas, lograron avances sorprendentes. Podemos mencionar a Arquímedes en el siglo III AC que calculó matemáticamente la teoría de palanca (darme un punto de apoyo y moveré el mundo) y describió su famoso teorema. El propio Tales de Mileto, que había estudiado matemáticas con los egipcios, pudo medir la altura de las pirámides por medio de la geometría,además de calcular la distancia de un barco a la costa y describir la estrella polar como refrente ara la navegación. Su amigo Eratóstenes fue capaz de calcular la circunferencia de la tierra (ya sabía que la tierra era esférica) con mucha aproximación. Más modernamente a Copérnico colocó al sol en el centro de nuestro sistema planetario desplazando a la tierra de ese emplazamiento principal. Claro que chocaba directamente con las enseñanzas de la Iglesia por lo que Copérnico no se atrevió a publicar en vida su obra fundamental, De Revolutionibus Orbium Celestium, que fue publicada al poco de su muerte e inmediatamente incluida en el Indice de Libros Prohibidos. Peor suerte corrió Galileo, que construyó su primer telescopio en 1609 y ratificó los hallazgos de Copérnico. Inmediatamente fue juzgado por la Iglesia, considerado un hereje y condenado a arresto domiciliario de por vida. Naturalmente, toda su obra fue incluida en el Indice de libros Prohibidos. Mejor suerte corrió Vesalio (1514 – 1543), considerado el padre de la anatomía moderna. Su obra magna, Humanis Corpora Fabrica, seguramente pasó desapercibida para los vigilantes de la ortodoxia cristiana, poco amigos de las técnicas de disección. Y es que la verdad era la verdad revelada y pretender desacreditarla, por mucha evidencia que se aportase, era peligroso.
Llegamos al final del siglo XVI y las cosas cambian bruscamente. Francis Bacon es el primero en romper fuego. Algo más joven que Descartes, (Bacon nace en 1561 y Descartes en 1596) manifiesta que hay que romper con el pasado y fundamentar nuestros conocimientos sobre nuevos cimientos. Quiere obtener los axiomas a partir de los sentidos y de los hechos particulares par llegar a las conclusiones generales. El poder del hombre reside en la ciencia, concluye. Su método no llega a la claridad ni a la precisión que desarrollará poco después Descartes pero le sirve de precedente.
Y llegamos a Descartes, que define y desarrolla un método que nos permita conocer la verdad sin riesgo a equivocarnos. Descartes, destacado matemático, basa su método en esta disciplina, método que ha de ser tan preciso como las matemáticas. No vamos a exponer aquí toda la filosofía de este autor, de sobra conocida, tan solo los fundamentos que necesitamos para construir nuestro discurso. Descartes publica en 1637 su Discurso del Método para Conducir Bien la Razón y Buscar la Verdad en las Ciencias, que es el título completo. Se basa en dos fases, la primera es la inducción mental de verdades muy simples que son evidentes a la razón y no necesitan demostración, axiomas, definiciones, postulados.Y una segunda fase de deducción de verdades nuevas a inferir de las anteriores. No admitir como verdad nada que no sea evidente, dividir cada dificultad en tantas partes como sea posible para poderlas resolver mejor e ir siempre de lo simple a lo complejo. Este método va a condicionar el pensamiento científico durante los próximos siglos aunque no sin controversia. Descartes también publicó tratados de óptica, geometría analítica y filosofía. Hombre católico y profundamente creyente tuvo sus más y sus menos con la Iglesia por lo que tuvo que irse a vivir a Holanda donde encontró la libertad de opinión que necesitaba.
Pero no todos estuvieron de acuerdo con Descartes. Por ejemplo su contemporáneo Blas Pascal (nace en 1623), también matemático (secciones cónicas, cicloides, cálculo de probabilidades), filósofo (sus famosos Pensamientos) , ingeniero (prensa hidráulica, máquina calculadora) y físico (estudios de acústica, barómetro), no acepta el predominio de la razón cartesiana. Nuestra razón estará siempre frustrada por la inconstancia de las apariencias. Frente a la razón, el conocimiento instintivo, conocimiento que Pascal llama del corazón. La razón debe apoyarse en los conocimientos de la intuición y del corazón porque, y este es un aforismo pascaliano que ha hecho fortuna, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Pascal era un científico que realizó gran cantidad de experimentos en física e ingeniería para demostrar como funcionaba el mundo pero no para explicar su porqué. Pascal murió a los 39 años de edad de tuberculosis y su obra más conocida, los Pensamientos, fue publicada después de su muerte a partir de los numerosos apuntes que dejó escritos. Creyente y católico ferviente (aunque con ciertas inclinaciones jansenistas), su obra terminó, como no, en el Indice de Libros Prohibidos.
En los siglos siguientes el debate se produce entre los racionalistas (como Descartes, Pascal y Spinoza entre otros) que postulaban que la mente poseía ideas innatas y los empiristas (como los británicos Bacon, Hobbes, Locke y Hume entre otros) que niegan las ideas innatas y sostienen que no hay conocimiento que no se adquiera por los sentidos por lo que, inicialmente, la mente está en blanco,sin ningún contenido (la mente como tabla rasa de la que ya habló Aristóteles), es decir que la verdad depende de la experiencia. Pero ambos, racionalistas y empiristas solo confían en la razón, solo los enunciados de la matemática y la lógica tienen sentido mientras que la filosofía y la teología no lo tienen.
Los progresos de las ciencias explican racionalmente el mundo. Unicamente se tiene por verdadero lo que se aprecia mediante observación directa y se demuestra experimentalmente. Aparecen las Sociedades Científicas europeas: la Royal Society de Londres en 1660, la Academia de Ciencias de París en 1666 y a Academia de Berlín, fundada por Leibnitz, en 1700.
La Ilustración, el Siglo de las Luces, afirma aun más la confianza en la razón, ya liberada de prejuicios filosóficos y teológicos. El hombre tiene la capacidad de transformar el mundo gracias a la ciencia y la técnica. La Enciclopedia, dirigida por Diderot, contiene todos los saberes conocidos hasta entonces.
En 1770 Immanuel Kant, en su Crítica de la Razón Pura, dicta la sentencia final: solo podemos conocer a través de nuestros sentidos, solo conocemos lo que las cosas nos muestran (lo que Kant llama los fenómenos y otros han llamado las apariencias) pero “la cosa en si” nunca podremos conocerla. Podríamos interpretarlo como que al no ver más que algunos colores (no vemos infrarrojos ni ultravioletas) y no poder oír más que algunos sonidos (no oímos los ultrasonidos), el mundo que conocemos es incompleto. Eso es lo que hay. No podía sospechar Kant en su momento que en el futuro la ciencia nos permitiría corregir estas deficiencias.
El siglo XIX es el siglo de la ciencia y de la técnica. La máquina de vapor, la electricidad, los avances de la medicina (recuérdese a Claudio Bernard) va a explicar y resolver todos nuestros problemas. La filosofía es un método obsoleto de conocimiento. La religión, lo dicen Feuerbach y Freud entre otros, no es más que una proyección del hombre. Opio del pueblo, lo llama Marx. Dios ha muerto, dice Nietzsche. La Biblia no es más que un relato mitológico como demuestra Darwin con su teoría de la evolución. ¿Teoría? Pero si una teoría es un discurso no demostrado, sino no sería una teoría. Pero es igual, el mundo no va detenerse por pequeños detalles.
El siglo XX produce enormes avances científicos y técnicos. En menos de cincuenta años ciencia y técnica avanzan más que en toda la historia de la humanidad hasta entonces. Pero también aparecen las primeras dudas. No todo podemos medirlo con rigor. Por ejemplo, Werner Heisemberg nos sorprende con su Principio de Incertidumbre: no es posible determinar con precisión la posición de un átomo en un momento dado. ¿Como es posible con todos los mecanismos de medida de que disponemos? Pues no se puede. Por este hallazgo a Heisemberg le dieron el Premio Nobel en 1932. Se va abriendo paso una idea: las leyes de la naturaleza no son verificables.
En 1934 Karl Popper publica su Lógica de la Investigación, donde pone en duda la fiabilidad, hasta entonces considerada absoluta, de las bases de nuestro conocimiento científico. El comienzo del saber científico siempre se ha de basar en conjeturas, axiomas o hipótesis que no tienen demostración posible, simplemente hemos de aceptarlas como ciertas, a ciegas, para poder progresar en nuestros argumentos. Un acto de fe, ni mas ni menos. Una hipótesis tiene una base arbitraria que necesita comprobación mediante el método de ensayo y error. La verificación absoluta es imposible y toda hipótesis verificada está sometida a nuevas verificaciones. Todo conocimiento científico es provisional y destinado a ser modificado por una hipótesis mejor. Así avanza la ciencia. Nosotros no sabemos, dice Popper, solo adivinamos. En 1975 H. Albert, discípulo de Popper, resume todas estas discrepancias con el Trilema de Munchhausen, cuyo desarrollo merece más espacio del que disponemos en estos momento.
Recordamos ahora la desconfianza de Platón y Aristóteles sobre la fiabilidad de nuestros sentidos. Bacon y Descartes quieren fundamentar la ciencia sobre bases fiables pero para ello han de apoyarse en verdades evidentes para la razón, los axiomas, no demostrables pero que había que dar por ciertos (¿acto de fe?). Racionalistas y empirístas solo aceptan la experiencia de los sentidos. Y Kant nos desengaña, nunca podremos estar seguros de conocer la verdad de las cosas, la cosa en si. Desarrollamos extraordinarios medios de medida, medimos nanogramos, micras y años luz y Heisemberg duda de su exactitud. ¿Tendrán, finalmente, razón los Sofistas que aseguraron que nunca podremos conocer la verdad?
¿Será que, simplemente, hemos cambiado una fe por otra? ¿Hemos sustituido una autoridad, la Biblia, por otra autoridad, la razón? Pero ¿que es todo esto?