Escribir en el hospital

En el tiempo en que predomina el pase de visita clínica virtual , con los ordenadores en el despacho médico, llamada por Pérez-Peña en Los últimos clínicos de San Carlos, «la moda de pasar visita a las historias en vez de hacerlo a los pacientes», en mi opinión tiene interés la transcripción del relato que recibí de una mujer, sobre veinticuatro horas de su vida ingresada en el hospital. Dice así :

«Es la primera vez en mi vida, en mis 52 años de bastante perra vida, que escribo desde un hospital, ingresada o internada, quizás como enferma grave. Tengo miedo. He descubierto hace semanas que el miedo reside principalmente en la falta de salud. Estar enfermo viene a ser pues la residencia fija del miedo humano. Como suele pasar, mi intención no era escribir esto, empezar así. Hubiera querido , describir el paisaje que se ve desde la ventana a mi izquierda, es probable que el interior, lo que me rodea : personas, objetos, y en especial lo que siento ante el desventajoso cambio de habitación. Aunque el día ha tenido cosas de interés. El temprano saludo del médico ; la curiosa, atractiva reunión con el equipo médico ¿todos internistas? No sé. El más veterano me ha encantado con algo que he interpretado como sabiduría y como mínimo ha sido una demostración de brillantez clínica , a mi modesto juicio de paciente, o sujeto sometido a estudio. La obsevadora ha admirado su inteligencia y hasta diría que él no ha despreciado mi nivel intelectual, de lenguaje o expresión. El médico adjunto es joven, guapo, apuesto a que buen profesional. Había tres o cuatro como aprendiendo, pero creo que ya titulados en el difícil oficio. Las palabras de la visita médica han roto mi angustia. Debo destacar a una doctora, su acento parecía canario, morena, con empatía. Ha escrito un detallado historial de mi vida y como enferma, es decir como ser vivo. He tenido mi primera visita, la enfermera que fue amiga in illo tempore de mi hermana, aunque debería decir ex hermana. Y que me reencontró por absoluto azar durante una dolorosa prueba. Hemos hablado, he llorado, me he desahogado, me he sentido comprendida. Me he duchado en un recinto peculiar, sentada, pasando frío. Ha habido, sí, grandes momentos hoy. Pero ya ha anochecido y ¡me duele tanto el mal que me ha traído a esta cama! «.

Las vivencias que se expresan en este manuscrito espontáneo, miedo, angustia, soledad, la alegría de «viniste a verme cuando estaba enfermo», el dolor y las pruebas diagnósticas, la empatía , la esperanza y la incertidumbre biográfica , nos hacen reflexionar sobre las tribulaciones subjetivas al enfermar, y el valor de la visita médica tradicional, considerada decadente -¿internistas de salón?- y con tendencia a desaparecer por la guadaña del progreso, lo que ha motivado la propuesta de salvaguardar la relación médico-enfermo como patrimonio cultural de la humanidad.

En mi opinión, este breve y conmovedor relato nos invita a pensar que las dos tendencias actuales, la práctica clínica probatoria o factual y la medicina humanística basada en narrativas y valores, deben ir necesaria y eficazmente juntas.

Francisco Javier Barbado Hernández

Profesor Honorario de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid

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