Hace unas semanas, en el congreso nacional de uno de los partidos políticos mayoritarios de este país, se ha tomado la determinación de impulsar la reflexión sobre la eutanasia. Y pocos días después, un médico de la misma tendencia política y que trabaja en el hospital de Leganés, en Madrid, ha insistido en el mismo sentido. Este médico, el Dr. Montes, fue incluso procesado (y absuelto) por unos casos de sedaciones a enfermos terminales en el hospital en el que trabaja. Que la sociedad civil reflexione sobre un asunto tan delicado y tan actual es, seguramente, bueno. Y es posible que las distintas sociedades lleguen a conclusiones distintas según los valores en los que confían en un determinado momento histórico. Y, en cualquier caso, es difícil que se obtenga la unanimidad. Por otro lado, la gente se ha suicidado siempre y muchas veces han encontrado quien les ayude. La ayuda al suicidio a veces ha sido interesada y esto constituye un verdadero problema ético, el problema sobre el que hay que reflexionar. Es decir, cuando te suicidas y cuando te suicidan.
Para ayudar a esta reflexión, vamos a presentar dos suicidios bien conocidos y estudiados en sus matices éticos: los de Sócrates y Epicuro, dos filósofos de la Grecia clásica muy criticados y perseguidos en su tiempo.
Sócrates
Sócrates nació en Atenas y, en principio, siempre se comportó como un ciudadano ejemplar. Pertenecía a la baja nobleza ateniense y hasta en tres ocasiones, la última a los cuarenta y siete años de edad, fue llamado a servir en las filas del ejército para defender a su ciudad. En todos los casos dio muestra de eficacia y valor por lo que fue reconocido y premiado. No hace falta decir que luchar por su ciudad (estado ciudad de entonces, el equivalente a nuestro concepto de nación actual), era considerada la más importante obligación de todo ciudadano ateniense.
Pero Sócates era, además, un filósofo, es decir, un buscador de la verdad. En aquellos tiempos los filósofos enseñaban sus ideas (hoy diríamos que daban clase), siempre de forma gratuita, a quienes voluntariamente querían acudir a oírlos. Algunos filósofos enseñaban en un recinto concreto pero Sócrates daba sus clases mientras paseaba por las calles de la ciudad. Rodeado de discípulos enseñaba su verdad que hoy diríamos que era políticamente incorrecta. Sócrates había llegado a la conclusión, después de mucho pensar, que en realidad no sabía gran cosa: “solo sé que no sé nada” fue el resumen de su filosofía. Hasta aquí nada malo. El problema surge porque Sócrates, que admitía que no sabía nada, se consideraba el hombre más sabio de Atenas. El más sabio porque todos los políticos, oráculos y sabios oficiales eran todavía más ignorantes porque creían que sabían mucho y no se habían dado cuanta de que tampoco sabían nada. Esta actitud, como es fácil de entender, molestaba los poderes establecidos y éstos decidieron quitarlo de en medio. Fue acusado de impiedad y de corromper a la juventud de Atenas y sometido a juicio. Naturalmente, estaba condenado de antemano como diría su amigo y discípulo Calión: son demasiados los que se sienten estúpidos ante él y nadie es más vengativo que quien se da cuenta de que es inferior.
La acusación de impiedad estaba clara. Sócrates habías dicho: son las nubes y no Zeus quienes provocan la lluvia, de otro modo podría llover cuando no hay nubes. Una afirmación de este tipo constituía una provocación que no se podía consentir. La acusación de corromper a la juventud era todavía más clara. Como hemos visto más arriba, nuestro filósofo enseñaba que los políticos y sus aledaños (hoy diríamos el establishment) eran una pandilla de impresentables. Como era de esperar, Sócrates fue condenado a muerte.
Pero el Gobierno de Atenas era un gobierno muy fino. No condenaron a Sócrates al pelotón de ejecución, ni a ser martirizado ni descuartizado, no. Le condenaron a suicidarse. Cosa fina. Sus amigos y discípulos, que eran muchos, quisieron ayudarle a huir. Habían sobornado a los carceleros y preparado los caballos para salir rápidamente del territorio ateniense. Pero Sócrates se negó: si había sido condenado por un tribunal legal, la sentencia debía cumplirse aunque fuese injusta. A primera vista nos puede parecer que este hombre era un poco tonto por no escapar, pero esta actitud le ha valido a Sócrates pasar a la historia de la filosofía como el descubridor de la ética. Posiblemente fue la primera y última vez que la ética fue asumida con todas sus consecuencias.
Llegado el día señalado, el verdugo entra en la celda y entrega al filósofo un vaso con el veneno. Rodeado de sus discípulos, Socrates se toma la pócima y espera la llegada de la muerte mientras discute con ellos sobre la inmortalidad del alma.
EPICURO
Epicuro también fue un filósofo pero algo posterior a Sócrates. No sabemos muy bien cuando nació Sócrates pero su proceso se efectuó en el año 399 antes de Cristo. Epicuro nació en el año 341, también antes de Cristo. Discípulo de Sócrates fue Platón y discípulo de Platón fue Aristóteles. Epicuro fue coetáneo de Aristóteles pero su enemigo intelectual. Los epicúreos tienen y siempre han tenido una injustificada mala fama de pervertidos y vividores. Pero lo único que predicaba Epicuro era que en esta vida no había que sufrir y para ello era necesario satisfacer las necesidades del cuerpo: comer lo suficiente para no tener hambre y evitar el dolor, es decir, no sufrir en lo referente al cuerpo y no perturbarse en lo referente al alma. Para ello era necesario simplemente cubrir las necesidades esenciales pero sin pasarse. Decía: demos gran importancia a la frugalidad, no para pasar estrecheces sino para tener menos preocupaciones. En cuanto al sexo también lo tenía muy claro: si te complaces en los placeres de Venus, no dañes tu cuerpo adelgazándolo y no te arruines. Pero añadía: eso es muy difícil. Pero entonces, por que tienen los epicúreos tan mala fama? Pues simplemente porque no eran políticamente correctos. Su mandamiento fundamental era la amistad y consideraban que la sociedad debía regirse por la amistad y no por la justicia, ya que la justicia la administran y la manipulan los políticos, que son gente poco de fiar. Así como Platón enseñaba su doctrina en un recinto llamado Academia y Aristóteles en otro llamado Liceo, Epicuro, más modesto, compró una casita con jardín donde impartía sus enseñanzas. Por este motivo a los epicúreos se les conoce como “Los del Jardín”. Pero la diferencia es que mientras en la Academia y en el Liceo solo podían entrar los hombres pertenecientes a las clases superiores de la sociedad Ateniense (repárese que todos los filósofos de los que hemos hablado eran atenienses), en el jardín podía entrar todo el mundo: hombres libre y esclavos e incluso, si, las mujeres. ¿Y que podían hacer las mujeres de Atenas en un local lleno de hombres, incluso de esclavos? Pues ya se sabe, en estas cosas la humanidad ha cambiado muy poco. Golfos, unos golfos, eran los epicúreos, pensaban las gentes bien de Atenas. ¿Y que nos enseña Epicuro sobre el dolor? Pues en primer lugar, hay que evitarlo en lo posible pero si llega, saber que el dolor leve es soportable y que el dolor intenso suele durar poco (generalmente porque el que lo sufría no tardaba en morirse).
Epicuro padecía de cálculos en la vejiga urinaria, lo que le producía grandes dolores. Los cálculos vesicales debían ser frecuentes en aquellos tiempos como resultado de la hipertrofia de próstata que no tenía tratamiento. De hecho, Hipócrates, en su juramento, nos recomienda a los médicos “no operar a los enfermos de cálculos”. Seguramente esta recomendación no tenía más objeto que evitar el desprestigio de la profesión ya que esta operación debía de tener unos resultados bastante fatales. El hecho es que Epicuro, cuando sintió que los dolores eran tan intensos que le conducían a la muerte, llamó a sus discípulos, se metió en una tina de cobre llena de agua caliente y se puso a beber vino. Hasta que le llegó la muerte sin enterarse, de borracho que estaba..
Hemos relatado la historia de dos conocidos filósofos griegos que se suicidaron bien asistidos. Uno, por un funcionario del gobierno, el verdugo. Otro, por sus amigos. En realidad, excepto en los casos en los que el individuo está completamente paralizado, no es difícil suicidarse y menos aún si le ayudan. No es complicado saltar por una ventana o tomarse un frasco de pastillas. Claro, que no es lo mismo empujarle para que salte que comprarle las pastillas y dejarlas encima de la mesilla de noche. Y suicidarse, tengámoslo claro, no es un delito.
Cuando un gobierno dice que hay que reflexionar sobre el suicido asistido como forma de eutanasia, da la impresión de que ya lo tiene perfectamente reflexionado. Seguramente que dentro de poco se publicará en el BOE la normativa para suicidarse. Seguramente habrá que llenar, primero, un formulario. Después esperar la autorización de la autoridad competente. Entonces, si a la autoridad le parece bien que nos suicidemos, nos indicará desde que ventana nos podemos tirar o cuantas pastillas y de que producto nos podemos tomar. Y el día y la hora, porque no creo que nos dejen suicidarnos cuando nos apetezca. Y si el suicidio falla, seguramente nos pondrán una multa. En fin, ¿Sócrates o Epicuro?.