Los que no somos filósofos y nos adentramos ocasionalmente en estos laberintos, tenemos la impresión de que la filosofía nos permite, a nosotros los no filósofos, insisto, hacer preguntas que no corresponden a los ámbitos de la vida de todos los días. Se excluyen, por ejemplo, las preguntas que podemos hacer a la ciencia o a la técnica. Deben excluirse también las preguntas que podemos dirigir a la religión, aunque sea a veces difícil separar la religión de la filosofía. Podríamos decir que filosofar es preguntar e intentar responder sin esperanzas de encontrar una respuesta segura. Filosofar es un impulso irresistible de preguntar por lo imposible. De ahí su belleza.
Es cierto que los filósofos se han preguntado por casi todo. Han entrado en la metafísica pero también el la ética, en la política, en la sociología. Pero si nos centramos en la metafísica, la verdadera filosofía, el núcleo duro de la filosofía clásica, y buscamos lo que más interesa a los filósofos profesionales encontramos que lo que más les preocupa es el problema del ser. No se por que, pero parece que si no resuelven el problema del ser, den ente, no son filósofos.
EL SER Y EL ENTE. QUE ALGUIEN NOS LO EXPLIQUE.
¿Qué es el ser? El ser es, nos dicen, lo que existe de manera real, el ente. Después encontramos abundante literatura sobre el discurso sobre el ser, distintos modos concretos del ser. Hasta que llega Martin Heidegger y nos regaña por haber considerado ser y ente como la misma cosa. A los no filósofos, esta preocupación por el ente no nos termina de llenar, no forma parte de nuestras inquietudes intelectuales, inquietudes más cercanas al mundo real. Entramos en la filosofía para preguntarnos otras cosas.
Pero cuidado. De pronto Heidegger, cuya lógica y planteamientos son complejos y no siempre fáciles de captar e una primera lectura, dice algo que llama nuestra atención. Se hace esta pregunta: ¿Por qué el ente y no más bien la nada? La verdad es que Heidegger no termina de contestar a esta pregunta pero la pregunta queda ahí. Solo nos dice que el hombre, definido por este autor en otro lugar como ser para la muerte, ante la nada como destino experimente una emoción que llama angustia. Esto ya lo dijo Sigmund Freud mucho antes.
Cierto es que no todos los filósofos se han interesado tanto por el concepto del ser. El empirismo, el positivismo y el existencialismo, entre otras escuelas, no han considerado al ser como problema central de la metafísica. En realidad no les interesa demasiado la metafísica. Y de un existencialista nos llega nítidamente una respuesta a la pregunta que nos hacemos en este ensayo.
LOS EXISTENCIALISTA NO QUIEREN NI HACERSE LA PREGUNTA.
Así, el escritor y filósofo existencialista Albert Camus, en la primera línea de su conocida obra El Mito de Sísifo, nos dice que el único problema filosófico realmente serio es el suicidio. El resto, si el mundo tiene tres dimensiones o si las categorías del espíritu son nueve o doce, carece de importancia. Para Camus el simple hecho de existir es tan absurdo que solo nos permite dos actitudes: la esperanza, se supone que a una vida futura, o el suicidio. Camus terminó suicidándose, muy en línea con su actitud filosófica.
Para los no filósofos, Camus es interesante porque desnuda la disquisición filosófica de todo su ramaje superfluo y nos lleva

a una pregunta clara y precisa, sin ambigüedades. Podemos estar o no estar e acuerdo con su respuesta, pero esta clase de pregunta, que podríamos resumir en un ¿merece la pena vivir? nos permite iniciar la reflexión de inmediato. Pero hay una objeción que hacer. Me atrevería a decir que esta respuesta de Camus acaba con la filosofía. Solo hay una pregunta y solo hay una respuesta. Todo se acabó, todo sobra. Ya no hace falta la filosofía.
POR FIN UNA PREGUNTA SERIA.
Pare encontrar otra pregunta filosófica clara he tenido que retroceder hasta el siglo XVII y allí encontrar a Leibniz. Filósofo, matemático y diplomático, entre otras cosas, era un hombre de firmes creencias religiosas como tantos filósofos de esa época. En su intento de demostrar la existencia de Dios, tema que por cierto infiltra toda la historia de la filosofía, hace una pregunta fundamental: ¿Por qué existe algo en lugar de no existir nada? Leibniz, tomando como base el axioma de la metafísica de que nada puede existir sin una causa, si no encontramos otra respuesta, la respuesta es Dios. Para Leibniz, el hecho de que existe algo es una demostración de la existencia de Dios.
Pero es lícito plantearnos la pregunta de Leibniz sin su componente trascendente. Intentemos responder con la sola ayuda de las armas de la filosofía, la razón y la lógica. Y si no podemos encontrar una respuesta definitiva, no es que no exista respuesta, es que no la hemos encontrado. No es un problema de fácil solución cuando Heidegger, casi tres siglos después todavía se hace una pregunta parecida como hemos visto más arriba.
Esta es la pregunta fundamental: ¿Por qué existe algo en lugar de no existir nada?
Y es fundamental porque sin contestarla tampoco tiene sentido el porque todo tiene que dejar de existir.
Esta pregunta contiene los elementos que buscamos. Es una pregunta universal, se la puede hacer cualquier hombre de

cualquier época y de cualquier cultura. De hecho se la han hecho todos los hombres de todas las épocas y de todas las culturas, pero siempre se han empeñado en darle una respuesta trascendente, con lo que la han sacado de la filosofía. Es una pregunta que no puede responder la ciencia. Los científicos intentan descifrar el origen y la edad de todo lo que existe, del universo, utilizando datos y cálculos para elaborar teorías. Hoy por hoy la teoría dominante es la del Big Bang, que nos dice que todo comenzó cuando toda la materia existente estaba comprimida en un solo punto y terminó estallando en una gran explosión. Y esto hace una enormidad de millones de años, que los científicos también han calculado. Pero este planteamiento científico tiene unos puntos débiles. En primer lugar es eso, una teoría, algo no demostrado y que está a expensas de ser modificada si aparecen nuevos datos. Datos que con seguridad aparecerán dando lugar a otra teoría supuestamente más “verdadera”. Pero su verdadero punto débil es ¿y antes del Big Bang, que había? Para esta pregunta la ciencia no tiene respuesta, ni siquiera una teoría.
La razón, el arma fundamental de la filosofía, no puede aceptar el concepto de infinito. Todo lo que conocemos tiene un principio. Y no puede existir nada sin una causa. Nos encontramos, de momento, en un callejón sin salida. La ciencia nunca nos lo podrá explica y la filosofía, de momento, tampoco. Ante esta situación, ¿Qué actitud tomar?
CON QUE NOS QUEDAMOS.
La actitud que toma la mayor parte de la humanidad es, simplemente, no hacerse la pregunta. Vivir como los animales, que es en realidad lo que somos, dejar pasar el tiempo ocupados y preocupados por menesteres varios que nos ayuden a no pensar en nuestro origen y, por lo tanto, en nuestro destino. Y cuando el destino llegue, sufrir la angustia brevemente. Otra actitud es la de los existencialistas, hacerse la pregunta de inmediato y vivir constantemente angustiados. Otros, viven con un mecanismo apaciguador, la esperanza, esperanza en un mundo más allá de este. Pero queda otra actitud, tan válida como cualquiera de las anteriores: la resignación consciente, resignación intelectual, la aceptación de que esta pregunta fundamental no tiene respuesta y que nunca la tendrá al menos en nuestro horizonte vital. Aceptar nuestra condena, que no será eterna.
Para realizar este artículo, nos hemos ayudado de los siguientes textos:
Victor Sanz Santacruz. De Descartes a Kant. Historia de la Filosofía Moderna. Ediciones Universidad de Navarra, 2005.
Julián Marías. Historia de la Filosofía. Editorial Revista de Occidente. 1958.
Martin Heidegger. Ser y Tiempo. Editorial Trotta. 2009.
Martin Heidegger. Los Conceptos Fundamentales de la Metafísica. Mundo, Finitud, Soledad. Alianza Editorial. 2007.
Albert Camus. El Mito de Sísifo. Alianza Editorial, 2011.