En 1952 un medico italiano, el Dr. Alberto Denti que demás de médico era duque de Pirano, escribe un libro en el que cuenta su interesante experiencia como médico en Libia, entre los años 1924 y 1943, años en los que este país norteafricano era una colonia italiana.
ITALIA EN LIBIA
Recordemos la historia: en el año 1900 todo el norte de Africa era, al menos nominalmente, territorio bajo la soberanía del Imperio Otomano. Imperio ya en franca decadencia que apenas podía ejercer su autoridad en esta región. Marruecos y Libia funcionaban casi como territorios autónomos dominados por diversos jefes tribales. En esta situación las potencias europeas intentan introducirse en estos países descontrolados. En 1900 Francia e Italia firman un acuerdo secreto por el que se dividían el norte de Africa: Marruecos para Francia y Libia para Italia. Este tratado no suponía una soberanía formal sin simplemente un reparto de áreas de influencia para una colonización gradual. Gran Bretaña hacía ya lo propio en Egipto, también formalmente territorio Otomano.
En 1908 se produce la revolución de los Jóvenes Turcos, que supone la casi desaparición de la autoridad del Sultán Otomano. Turquía intenta instaurar de nuevo su autoridad en territorio libio a lo que se opone Italia, autoridad de hecho en esta zona. El ultimátum italiano no es aceptado por Turquía y se declara la guerra entre ambas naciones. Vence Italia y Turquía abandona la zona. Esta situación se consolida al final de la Primera Guerra Mundial en 1917. El Imperio Otomano, aliado de Alemania en esta contienda, es desmantelado perdiendo todos sus territorios excepto los de Asia Menor. Italia tiene manos libres para colonizar Libia.
Durante la Segunda Guerra Mundial Italia es aliada de Alemania. Durante esta contienda el norte de Africa es un campo de batalla entre las tropas alemanas e italianas frente a las británicas y estadounidenses. El ejército británico, derrotados los alemanes, conquista Libia y entra en su capital, Trípoli, en 1943. El gobernador Italiano, que era precisamente nuestro protagonista el Dr. Alberto Denti, entrega la plaza al general Montgomery. Es es final de Italia en Africa.
El Dr. Denti, que en los últimos años del colonialismo italiano en Libia había tenido que aceptar algunos cargos administrativos, fue apresado y enviado a un campo de concentración en Kenia donde permanecería hasta el final de la guerra. Moriría en Roma en 1968. Pero nos dejó escrita una historia de la que nos interesa su experiencia como médico.
UN MEDICO EN EL DESIERTO
En 1924 el Dr. Alberto Denti llega a Libia, concretamente a Trípoli, enviado por el gobierno italiano junto con otros funcionarios con la misión de consolidar la presencia de Italia en la región. Desde el punto de vista de un médico occidental encuentra que las enfermedades más habituales eran la malaria, las diversas parasitosis intestinales, la tuberculosis, las oftalmias endémicas y las enfermedades venéreas. Pero la visión de la enfermedad y del la medicina de los habitantes de la zona era muy distinta. El Dr. Denti tuvo que, de alguna manera, entremezclar las primitivas creencias de las gentes locales con los conceptos de la medicina moderna. Medicina moderna que en aquellos tiempos era heredera de la medicina del siglo XIX. No existían los antibióticos ni la mayoría de los medicamentos que hoy nos parecen normales para tratar la hipertensión, los problemas cardíacos (excepto la digital), las hormonas y tantos otros que harían esta lista demasiado larga para exponerlos en este momento.
La población de Libia no era uniforme. El Dr. Denti se encontró con diversas etnias, con culturas e incluso idiomas distintos aunque muchos tenían conocimientos del árabe y practicaban la religión del Islam. Los más importantes eran los bereberes, los beduinos y los tuareg.
LOS BEREBERES
Los Bereberes creían que un espíritu, la Tba´a o Perseguidora, era la encarnación de todos los espíritus malignos, las hadas y los genios. Era la causa de todas las desdichas y desastres, turbaba el sueño, producía pesadillas y provocaba intensos dolores en los huesos y ceguera. Los únicos remedios eran la oración y los exorcismos.
Pero había otros tres agentes que podían causar enfermedades. En primer lugar las estrellas: los eclipses, las distintas fases de la luna y algunas constelaciones podían traer la enfermedad y la muerte. Después los humanos, que podían invocar a los malos espíritus contra un vecino y provocar al mal de ojo. Y finalmente los jins, que eran malos espíritus descendientes de los primeros pobladores del mundo, anteriores a Adán, En sus diversas variantes (trashumantes, sedentarios y personales) causaban epidemias, endemias y enfermedades comunes. La Tab´a era una de las formas de los jins.
Los bereberes tenían otras creencias insólitas como que un rayo podía dejar embarazada a una mujer, que orinar con la luna llena provocaba enfermedades venéreas o que tocar a un camaleón producía impotencia en los hombres.
Para todos los grupos étnicos de la zona, de religión islámica, le enfermedad era siempre enviada por Dios, por Ala, como castigo y expiación de los pecados. Y un médico no era más que un instrumento enviado por Ala pues solo Ala tiene el poder de curar , pero no siempre actuaba directamente sino que podía hacerlo por persona interpuesta como un médico.
Causaba una gran impresión que un médico occidental, evidentemente enviado por Ala, pudiese curar por medio de pastillas y jeringas en lugar de usar los métodos tradicionales como las bolas de fuego, las escarificaciones y las sangrías. Producía verdadera sorpresa que el médico extranjero pudiese curar el dolor de cabeza con unos polvos blancos, seguramente un salicilato, en lugar de recurrir al método tradicional de abrir una vena de la cabeza y dejarla sangrar. Como el médico era un enviado de Ala, lo podía curar todo, incluso resucitar a un muerto. Sobra decir que se produjeron algunas decepciones.
LOS BEDUINOS Y EL CASO DE LA SERPIENTE
Los beduinos también tenían algunas creencias supersticiosas muy arraigadas. Por ejemplo, el pájaro nocturno que enferma a los niños. Su origen estaba en una mujer que maldijo a un hijo del primer matrimonio de su marido, para favorecer a su propio hijo. Le maldijo y el niño murió aquella misma noche. En castigo los duendes y genios la convirtieron en un ave que desde entonces sobrevuela los hogares y hace enfermar a los niños.
Pero el episodio más singular, y que da nombre al libro del Dr. Denti, es el de un individuo, descrito como un árabe de raza antigua, posiblemente un beduino. Esta persona padecía de fuertes dolores de estómago. Los sanadores locales habían diagnosticado que los dolores se debían a una serpiente que, mientra el individuo dormía, se había introducido por la boca y alojado en el estómago. Se trataba, sin duda, de un espíritu maligno de las regiones infernales. La conclusión era evidente. El paciente solo se curaría cuando se pudiese sacar la serpiente del estómago. Los curanderos acudieron a los distintos remedios conocidos como los amuletos, los exorcismos e incluso las sangrías sin ningún resultado. Fue llamado a consulta el Dr. Denti con la esperanza de que, como enviado de Ala, pudiese curar al enfermo. Pero ningún remedio razonable fue eficaz. El doctor, dándose cuenta de los aspecto psicológicos del caso no dudó en recurrir a un ardid. Ayudado por sus auxiliares convenientemente informados del caso, sometió al paciente a una “operación”. Bajo una breve anestesia general con cloroformo, hizo una incisión superficial en la piel del abdomen, suturándola a continuación. Cuando el paciente despertó dela anestesia, le enseñaron una serpiente que habían obtenido previamente: aquí estaba la serpiente que se había alojado en el estómago y que ya estaba fuera. El paciente curó y nunca volvió a tener dolor de estómago.
Los beduinos también creían en “el pájaro que sienta en el hombro”, que ataca fundamentalmente a las mujeres produciendo convulsiones, alucinaciones, risa, llanto y periodos de locura temporal. Hoy pensaríamos en reacciones histéricas pero el Dr. Denti no no ha dejado ningún comentario.
LOS TUAREG
Con los tuareg la relación fue más breve. Prácticamente ninguno hablaba el árabe. Su gran ego les hacía difícil quejarse de estar enfermos. Se consideraban la raza más importante del mundo, sus hombres eran los más valerosos y su mujeres las más hermosas. Nunca se lavaban porque solo se lava a los muertos. Las enfermedades de la piel eran,l ógicamente, frecuentes y consideradas como cosa normal. Lo más llamativo que nos deja el Dr. Denti sobre esta etnia es que se negaban a guardar cama cuando el médico lo consideraba necesario. Lo hacían en realidad como un tributo a su médico ya que si el paciente se levantaba pronto es que el médico era bueno porque les curaba rápidamente.
El Dr. Alberto Denti trabajaba con los medios de que disponía la medicina de la época. Salicilatos, linimentos, tal vez mercuriales. En una ocasión trató unas fiebres tifoideas mediante la inyección intravenosa de un preparado de proteínas, algo que hoy nos sorprende pero es lo que había. Algunos de sus diagnósticos podían no haber sido precisos, cosa explicable en una situación donde los medios diagnósticos eran casi inexistentes. Así menciona la curación de una sífilis avanzada, cosa imposible antes de la aparición de los antibióticos.
Un medico en el desierto. El Dr. Alberto Denti, duque de Pirano, tuvo la generosidad de dejarnos por escrito su inestimable experiencia, facilitándonos una información muy difícil de conseguir por otros medios.
Para escribir este artículo nos hemos apoyado en las siguientes referencias:
Medicina Para Serpientes. Alberto Denti di Pirano. Plaza y Janés, 1964.
Italia en Libia. Luis E. Togores Sánchez. Historia 16. Año XV, Nº 176. Diciembre 1990.