Moisés ben Maimóm, médico, filósofo, teólogo, rabino, andaluz y español universal nació en 1135 en Qurduba; así llamaban a Córdoba los árabes, que entonces gobernaban la ciudad, patria chica de otros personajes famosos cómo Séneca, Abderramán III, Averroes, Góngora o Romero de Torres.
Maimónides, llamado así por los cristianos desde el Renacimiento, procedía de una ilustre familia judía; su padre era el rabino de la ciudad; su madre era hija de familia humilde y murió en el parto. Desde la infancia aprendió los valores esenciales del pueblo judío: el amor y defensa de la raza, de la religión y de los vínculos familiares. Sintió desde joven la vocación por el estudio y el ejercicio de la medicina; era un apasionado de la lectura; aprendió mucho de los grandes galenos griegos: Hipócrates, Disocórides y Galeno. Se entusiasmó de Aristóteles.
Algunas curaciones de graves enfermedades, la gente las consideraba milagrosas. Su fama se extendió por todo el mundo mediterráneo, de tal modo que el temible guerrero musulmán de origen kurdo, Saladino, poderoso sultán de Egipto y Siria y encarnizado enemigo de las Cruzadas, lo eligió como su médico.
Maimónides vivía feliz en su Córdoba natal; pero aquellos tiempos eran muy convulsos y en la segunda mitad del s. XII un ejército africano bereber pasaba el Estrecho y avasallaba a España. Los almohades eran fanáticos e intolerantes; llegados a Córdoba obligaron a Maimónides y a su familia a convertirse al Islam; si no lo hacían degollarían a todos los judíos de la ciudad; esto les obligó a hacerlo falsamente para evitar males mayores y después a exiliarse; primero a Almería; después a Marruecos. Su estancia en Fez duró poco; igualmente en Jerusalén, objetivo de los musulmanes y de las Cruzadas cristianas. Su destino definitivo fue Egipto (Alejandría y El Cairo), donde fue médico del sultán y muy considerado; pero la añoranza de Córdoba hería su alma. El recuerdo de su gente, la celebración del shabat o la fiesta del Pesaj- Pascua judía-, el olor perfumado de los jazmines y azahares, el color blanco y brillante de las casas, los verdes olivares y viñedos o el azul del cielo de Andalucía y de la hermosa ciudad de Sefarad enmarañaba de dulces recuerdos su memoria.
Maimónides también fue escritor. De sus obras, que se distinguen por su claridad expositiva y su rigor, resaltamos: “El Código de Maimónides”, dividido en catorce partes; “La Guía de Perplejos”, en la que se condensa su pensamiento filosófico, de influencia aristotélica. Entre los tratados sobre medicina están:“Tratado sobre los venenos y sus antídotos”y “Guía de la buena salud”.
De su personalidad destaca su espíritu liberal y conciliador; sus convencimientos religiosos; su fidelidad a los principios éticos y la prudencia con la que ejercía su oficio, porque como el mismo decía: ”En sus manos se encuentran la vida y la muerte de los que acuden” al médico y “porque la medicina es un arte y no se puede actuar de manera mecánica, sin corazón y sin alma”. Sus criterios son muy humanos y clarificadores, como se pone de manifiesto en “La Plegaria del Médico”.
El año 1204, en Egipto, a los 69 años, lejos de su querida Sefarad, moría este ilustre médico cordobés. Su cuerpo fue enterrado en Tiberiades (Israel).
El Dr. Marañón, otro gran sabio español, decía que “la mayoría de los hombres mueren para ser enterrados; solo los elegidos mueren para resucitar,”porque su recuerdo permanece siempre vivo. La ciudad de Córdoba erigió un monumento a su ilustre hijo. En la plaza Tiberiades aparece sentado con un libro-la pasión de su vida- entre sus manos.
LA PLEGARIA DEL MÉDICO
Autor: Moisés Maimónides, Patriarca de la medicina arábigo-española.
Llena mi ánimo de amor para el arte y para todas las criaturas. No permitas que la sed de ganancias y la ambición de gloria hayan de influirme en el ejercicio de mi arte, porque los enemigos de la verdad y del amor del prójimo podrían fácilmente descarriarme y alejarme del noble deber de hacer bien a tus hijos. Sostén la fuerza de mi corazón, a fin de que esté siempre dispuesto para servir al pobre y al rico, al amigo y al enemigo, al bueno y al malvado. Haz que en el que sufre yo no vea más que al hombre. Que mi entendimiento permanezca claro a la cabecera del enfermo, que no lo distraiga ningún pensamiento extraño, porque grandes y sublimes son las investigaciones científicas que miran a conservar la salud y la vida de todas las criaturas. Haz que mis enfermos tengan confianza en mí y en mi arte, y que sigan mis consejos y mis prescripciones.
Aleja de sus camas a los charlatanes, a la multitud de parientes con sus mil consejos, y a los asistentes que siempre lo saben todo, porque constituyen una raza peligrosa, la que por vanidad hace fracasar las mejores intenciones del arte y a menudo arrastra a los enfermos a la tumba. Si los ignorantes me censuran y me toman el pelo, haz que el amor del arte, como una coraza, me haga invulnerable para que yo pueda perseverar en la verdad, sin miramientos para el prestigio, el renombre y la edad. Incúlcame, Dios mío, indulgencia y paciencia al lado de los enfermos toscos y testarudos. Haz que yo sea moderado en todo, pero insaciable en el amor por la ciencia. Aleja de mi la idea de de que yo lo sepa todo y que todo lo pueda. Dame la fuerza, la voluntad y la ocasión de adquirir mayores conocimientos.
Que yo pueda hoy descubrir en mi ciencia unas cosas que ayer no llegaba a sospechar, porque el arte es grande, pero el espíritu humano penetra siempre más allá.