MORIR DE OIDO
Shakespeare, en su obra Hamlet escrita alrededor del año 1600, nos describe una forma curiosa de morir. El rey de Dinamarca es asesinado por su hermano Claudio vertiendo veneno en el oído del rey mientras dormía. Muerto el rey, Claudio se casa con la Reina viuda Gertrudis, madre de Hamlet, y ambos reinan en Dinamarca. El resto de la historia es conocida. El espectro del fallecido rey se aparece a Hamlet en las murallas del castillo de Elsinore, le cuenta lo sucedido y pide venganza. Esta tragedia en cinco actos termina con la muerte violenta de todos los protagonistas. Que a una persona se le pueda envenenar vertiendo un producto tóxico en el oído, no es científicamente verosímil. Pero la fuerza de una obra maestra de Shakespeare puede con cualquier realidad.
CLEOPATRA Y LA SERPIENTE
La historia de la muerte de la reina de Egipto, Cleopatra, la última reina de la estirpe de los Ptolomeos, la conocemos a través del historiador Plutarco. Hay que tener en cuenta que los historiadores de aquellos tiempos no se consideraban obligados a ceñirse a la estricta realidad como los de ahora. Contar la realidad mejorada por la leyenda era lícito.
Cleopatra decidió quitarse la vida a la muerte de Marco Antonio para evitar que el triunfador, Octavio Augusto, se la llevara a Roma como trofeo de guerra. Para llevar a cabo su plan se encerró en sus aposentos, acompañada de dos sirvientas, y se hizo morder un pecho por una serpiente venenosa. La serpiente fue introducida en la habitación de la reina escondida en una cesta con higos, que pasó sin sospecha la supervisión de los guardianes. Al día siguiente, cuando los carceleros entraron en la habitación, encontraron a las tres mujeres muertas. Así lo cuenta Plutarco.
En realidad no es verosímil que una serpiente, suficientemente pequeña para caber en una cesta con higos sin ser vista, pudiera matar a tres personas. Lo más probable es que Cleopatra, buena conocedora de los venenos de su época, tomase junto con sus sirvientas uno de ellos para acabar con su vida. Pero la fuerza de la leyenda es inmensa y ha llevado a muchos artistas a reproducir a Cleopatra y su serpiente en este momento fatal.
EL MISTERIO DE LAS BOTAS ENVENENADAS
Don Juan de Austria, hijo natural del Emperador Carlos I de España y V de Alemania y hermano bastardo, por lo tanto, del rey Felipe II, es conocido fundamentalmente por vencer a los turcos en la batalla naval de Lepanto. Es menos conocido que Don Juan, militar de reconocido prestigio, fue enviado a Flandes por su hermano Felipe II para luchar contra los rebeldes flamencos que se oponían al dominio español. Y fue durante esta campaña militar en la que murió Don Juan de Austria, pero parece que de muerte natural.
Don Juan ya estaba enfermo de una dolencia que le afectó desde los días de la batalla de Lepanto, Los médicos que le atendieron en el momento de su muerte, el Dr. Ramírez, el Dr. Pérez y otro médico que trabajaba para el Príncipe de Parma, certificaron que la muerte se debió a un agravamiento del tabardillo (seguramente el tifus exantemático). Otra versión, esta debida al Dr. Daza Chacón que fue médico de Don Juan en Lepanto, achaca la muerte a una infortunada intervención quirúrgica para tratar unas molestas hemorroides que sufría este audaz militar. Los cirujanos que le trataban decidieron hacer una incisión en las hemorroides para drenarlas, produciéndose una hemorragia tan intensa que acabó con la vida del paciente. Muerte indigna, según Daza Chacón, para un militar que había arriesgado su vida en tantas batallas.
Pero aún hay otra versión. Según ésta sus enemigos, entre los que la leyenda menciona a los rebeldes flamencos, la Reina de Inglaterra y su aliado el Duque de Orange, y la Princesa de Eboli, tramaron un plan para deshacerse de Don Juan. Para ello le hicieron llegar unas elegantes botas de piel, pero impregnadas de un veneno letal. Don Juan complacido, que no sabía quien se las enviaba, se las puso y al poco falleció. Esta historia o leyenda no es verosímil pero aparece casi siempre que se habla de la muerte de Don Juan de Austria. Incluso el Dr. Marañón, en su obra sobre Antonio Pérez, secretario de Felipe II, dedica varias páginas a comentar las posibles causas del fallecimiento, descartando las botas envenenadas como poco probable. Pero aun así, la leyenda de las botas envenenadas seguirá apareciendo cada vez que se hable de la muerte de Don Juan de Austria.
AHOGADO EN VINO
Georges, Duque de C larence, fue hijo de Ricardo de York y hermano del Rey de Inglaterra Eduardo IV.
Georges conspiró contra su hermano con poca fortuna. Fue apresado y encerrado en la Torre de Londres, condenado a muerte y ejecutado. Perdió la cabeza, allí no se andaban con tonterías.
Pero existe otra versión. Es la que cuenta Shakespeare, otra vez Shakespeare, en su obra Ricardo III. Según esta versión se dio al Duque de Clarence la posibilidad de elegir la forma de morir. Y éste eligió morir ahogado dentro de un barril de vino dulce malvasía. Dulce muerte, sin duda, pero poco verosímil.
Una leyenda es una leyenda, pero Shakespeare es Shakespeare.
Y DIOGENES DEJO DE RESPIRAR
Diógenes fue un filósofo griego nacido en el año 404 Antes de Cristo. Perteneció a la escuela cínica de Antistenes. Diógenes no ha dejado una huella demasiado profunda en la historia de la filosofía pero es bien conocido por sus anécdotas. Partidario de vivir con lo mínimo, despreciaba a quienes ostentaban el poder y la riqueza. Vivía en un tonel y se paseaba con un candil encendido en la mano mientras proclamaba que buscaba al hombre. Según parece nunca le encontró. Su anécdota más conocida le sucedió con Alejandro Magno. Cuando el Rey le dijo que podía pedirle lo que quisiera, el filósofo le contestó que se apartase pues le estaba quitando el sol.
Diógenes se suicidó a los 90años de edad. Simplemente contuvo la respiración hasta morir. Esto es lo que nos cuentan los libros de historia de la filosofía.
ELREY FELIPE III Y EL BRASERO MORTIFERO
No se menciona en los libros de historia más académicos, pero en algunos textos se cuenta que el Rey Felipe III de España murió a causa de las emanaciones de un brasero que estaba usando para calentarse. Sus cortesanos se dieron cuenta de la situación y de cómo el Rey iba perdiendo la conciencia. Pero la estricta etiqueta de la Casa de Austria les impedía retirar el brasero ya que la persona encargada de ese menester no se encontraba disponible.
Los textos académicos cuentan otra historia. Durante un viaje de Lisboa a Madrid, al pasar por Olivenza, el Rey se sintió enfermo. Pero pudo continuar el viaje hasta la corte. Era el mes de diciembre de 1619. Seguramente no se recuperó del todo y el día 1 de marzo de 1621 su situación se agrava. Presintiendo el fatal desenlace, el Rey llamó a todos sus hijos para despedirse de ellos. El 31 de marzo, a las nueve de la mañana, fallece el Rey Felipe III cuando le faltaban trece días para cumplir cuarenta y tres años.
La muerte de Felipe III se supone que sobrevino por causas naturales. Pero nada impide que el episodio del brasero estuviese implicado en su muerte o en alguna de las enfermedades que la desencadenaron. Seguiremos buscando.