Sherlock Holmes fue el primer detective de ficción que usaba un método, hasta entonces nunca utilizado en las novelas policiacas, de encontrar al culpable de un delito mediante el estudio cuidadoso de las pistas que dejaba el delincuente. El análisis sistemático de estas pistas y de cuaquier otro hallazgo por parte del detective, llevaba mediante la lógica a la resolución del problema. Hoy estamos acostumbrados a este sistema deductivo en el mundo policiaco pero en aquel tiempo (el último tercio del siglo XIX) el método era muy novedoso.
El autor de las novelas de Sherlock Holmes fue Arthur Conan Doyle, médico de profesión. Estudió la carrera en la Universidad de Edimburgo y obtuvo la liceniatura en medicina en el año 1881. En su autobiografía Arthur Conan Doyle nos cuenta como llegó a idear la figura de su célebre detective. Fue durante las clases que impartía su profesor de cirugía, el Dr. Joseph Bell, que hacía delante de sus alumnos brillantes diagnósticos analizando los sínomas y signos que presentaba el paciente para llegar a una conclusión lógica que era el diagnóstico. En aquellos tiempos el laboratorio y la radiología no existían y los médicos habían de servirse solamente de su habilidad para encontrar datos mediante el interrogatorio (lo que llamamos historia clínica) y la exploración.
Años después de terminada la carrera, cuando A. C. Doyle ideo la figura de su famoso detective, aplicó lo que había aprendido del Dr. Bell para diseñar el método de investigación de Sherlock Holmes. El escritor hizo saber a su profesor de cirugía esta circunstancia y al Dr. Bell le pareció muy bien. No solo eso sino que el Dr. Bell, a lo largo de los años siguientes, le proporcionó nuevas ideas para aplicarlas a las siguientes aventuras del famoso detective.
Lo que realmente descubrió Arthur Conan Doyle es que los médicos son detectives de la enfermedad.